Capítulo XLII. De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes
que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas
Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el
temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada.
Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti
mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.
Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir
que vienes de labradores; porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá
a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio.
Innumerables son aquellos que, de baja estirpe nacidos, han subido a la suma
dignidad pontificia e imperatoria; y de esta verdad te pudiera traer tantos
ejemplos, que te cansaran.
Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos
virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen [de] príncipes
y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud
vale por sí sola lo que la sangre no vale.
Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los
ignorantes que presumen de agudos. Hallen
en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las
informaciones del rico.Procura descubrir la verdad por entre las promesas y
dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
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